Escritor y Guitarrista
La partitura es épica, grandiosa, posee sin seguir los cánones y el influjo de los grandes románticos, su sello original y agónico, de ese amor trunco y apasionado que mueve nuestra esencia más profunda. Por momentos sentí detrás la mirada de un Rachmaninoff, pero el cromatismo Wagneriano también se me hizo presente con su melodía infinita, que escapaba una y otra vez y no se dejaba atrapar en la cárcel de la tonalidad. Pero también, por encima de esas presencias está el compositor, incorporando lo mejor del universo a sus vivencias, sin perder su sello peculiar e inconfundible. Tal parece que la inspiración, esa sustancia que no la regalan en las escuelas, ni la dan los maestros, se la obsequiaron en abundancia antes de nacer. En relación con la intérprete, es una gran artista, logra una interpretación genial de la obra, la ensancha, y vuela con ella… Solo así, porque técnicamente presenta desafíos. El dramático lenguaje neorromántico empleado, suena actual, y aunque lleva el germen del dolor y el desbordamiento en sus venas, curiosamente, nos muestra elementos inconfundibles de lo afrocubano. En cierto ritmo que se estructura como un ritornelo, -que solo un antillano puede sentir-, se percibe este aroma característico. Eso no es de Europa, es del trópico, palma, ceiba, viene de playas, y cielo azul. Reynaldo logra amalgamar lo mejor de la herencia pianística, con su mundo íntimo, y nos deslumbra con esa paleta de colores, y armonías exuberantes.
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